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Cachi, el pueblo donde el tiempo se quedó a descansar

Emplazado en el corazón de los Valles Calchaquíes, este rincón salteño es uno de los lugares más mágicos de la Argentina. Para los viajeros, una experiencia de otro mundo y otra época.

A 2.280 metros sobre el nivel del mar y a 157 kilómetros de Salta Capital, se encuentra la localidad de Cachi, uno de los lugares más mágicos de los Valles Calchaquíes de y de todo el Norte argentino. Una excursión habitual para aquellos turistas que llegan a Salta, no son pocos aquellos viajeros que deciden pasar unos días aquí, lejos del ruido de las ciudades, en uno de los rincones del planeta donde el tiempo parece no haber pasado y donde la contaminación visual de cables y carteles no alcanza los muros de sus casas ni de sus calles principales.

Quizás uno de los mayores encantos de Cachi sea el camino de llegada. Si uno emprende viaje desde la ruta provincial 33, el recorrido lleva al turista desde Salta por la verde y frondosa Quebrada de Escoipe -que ofrece algunas de las vistas panorámicas más impactantes- y la Cuesta del Obispo, 20 kilómetros de glorioso zig-zag entre las montañas, que en un punto incluso alcanza la altura máxima de 3620 metros en Piedra del Molino, y donde el apunamiento es tan sólo comparable con la sensación de paz y tranquilidad que provoca viajar literalmente entre nubes, los días que estos cúmulos se forman en el camino.

También la ruta atraviesa el Parque Nacional los Cardones, una maravilla de natural de más de 65 mil hectáreas donde los cardones y las flores de amancay son protagonistas, y en la que la aridez del desierto alcanza su mayor esplendor. Recorriendo en auto este camino, uno no puede más que mirar por la ventana asombrado, dejando que el paisaje sea el que lleve adelante la conversación. La Recta del Tin Tin -que nada tiene que ver con el personaje animado del belga Georges Remi– es un trayecto de 19 kilómetros que data de la época en la que los incas rondaban por estos pagos y que en la actualidad está pavimentada, pero que se caracteriza por su perfecta rectitud, que hoy se lograría gracias a la ayuda de la tecnología, pero que en aquellos tiempos se hizo manualmente.

Si uno tiene la suerte de llegar a Cachi de noche, la primera imagen que se le viene a la cabeza es la de haberse transportado al pasado: con una arquitectura colonial resaltada por luces amarillas y cálidas -no está permitido el uso de iluminación fría en sus calles- donde sus habitantes pasean tranquilos por las veredas y donde los pocos coches que circulan por los alrededores de su plaza principal lo hacen esporádicamente. No hay publicidades ni carteles pegados, y los locales pueden anunciarse pero con carteles que mantengan el espíritu del lugar. Quizás se observen un par de afiches políticos desgastados por el tiempo, pero no es algo común.

Ya de día el pueblo cobra vida. Los más de 7 mil habitantes del Departamento que viven en el corazón de los Valles Calchaquíes reparten sus quehaceres diarios lejos del pequeño centro, y el turista se sorprende por la poca gente que ve en su estadía. La plaza principal 9 de Julio es especialmente popular los fines de semana y durante las noches de verano, pero duerme junto con sus pobladores durante las sagradas horas de la siesta. El único momento en el que viajero se encuentra con multitudes es durante la misa del domingo, a la que acuden tantos vecinos que muchos deben contentarse con quedarse fuera de la iglesia.

La iglesia de Cachi, emplazada al costado de la plaza, es uno de los edificios más emblemáticos del lugar. Sus orígenes datan del siglo XVIII, y su arquitectura colonial con muros de adobe se entremezcla con lo autóctono con sus techos de madera de cardón, tan característica por sus pequeños agujeros. El campanario es pequeño, pero las tres campanas que adornan su fachada -que contrasta drásticamente con el celeste del cielo en los días despejados- hacen que este Monumento Histórico Nacional sea uno de los más fotografiados y visitados.

Enfrente de esta parroquia se ubica el Museo de Arqueología de San José de Cachi Pío Pablo Díaz, una de las atracciones más didácticas y cuyo edificio forma parte del casco histórico del pueblo. En este edificio donde los arcos y columnas son protagonistas, se relatan las etapas de la historia prehispánica de los Valles Calchaquíes. Con piezas arqueológicas y una exhibición modesta pero entretenida, el museo ofrece un vistazo a más de 10 mil años de historia.

Además de pasear por el pueblo, hay varias actividades para los turistas. A un kilómetro se ubica el Mirador de Cachi, que ofrece vistas panorámicas e imperdible del lugar. Sobre el poblado se erige el cementerio, cuya fachada con arcos recuerda a la del museo. Al pie del nevado de Cachi, que tiene una altura de 6.380 metros sobre el nivel del mar y que es la única fuente de agua -además de la escasa lluvia- de la localidad, y que es uno de los destinos preferidos de alpinistas y amantes de las aventuras y deportes extremos, se encuentran las Ruinas de las Pailas, un yacimiento arqueológico a 3 mil metros de altura con caminos empedrados y tumbas circulares.

Otra de las opciones imperdibles de cachi es visitar sus bodegas, y quizás la más mágica sea la de la familia Isasmendi, que mezcla el espíritu familiar con la tradición del buen vino, donde la historia preincaica del lugar se une armoniosamente con la calidad de los vinos fabricados artesanalmente en las alturas. La Finca y Bodega Isasmendi se encuentra a tan sólo unos metros de la plaza principal, y es una propiedad de 3 hectáreas que incluye una casona antigua y los espléndidos viñedos, alimentados por el agua de los deshielos del Nevado de Cachi.

Los dueños son Ricardo Isasmendi y su esposa Sylvie Bonnal, cuyas respectivas familias tienen una larga y frondosa historia en la fabricación de vinos de alta gama. Como explican ellos mismos, quienes reciben a los visitantes como viejos y queridos amigos, la bodega es una cuestión de familia.

Los viajeros que arriben a Cachi se verán embelesado por su belleza de otro mundo y de otra época: es que este pueblo del Noroeste argentino es mucho más que eso, es una experiencia que remonta a antaño, donde los ajetreos de la ciudad no son más que cuentos y anécdotas, y donde la vida se desarrolla con una calma y una tranquilidad casi espiritual, en las alturas de los Valles Calchaquíes, un refugio paradisíaco de las vicisitudes de los tiempos modernos.

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